Porque enseño figuras e insisto en que las hagan bien


En esta temporada, como en las anteriores, he insistido fervientemente en mejorar la calidad del baile, en la utilización del cuerpo como instrumento, en la refinación del movimiento. En la atención, cuidado y mimo de las acciones que intervienen en una figura. En cada una de las partes del cuerpo que actúan en ella para crear un todo estético. He impedido que se conformen sólo con idea de sentirse cómodos y coordinados, tratando de conseguir, además, un efecto visual atractivo.
Ahora bien, si el hecho de bailar bien, a nivel individual y en pareja, corresponde a una sensación interna que atañe solamente a los que la producen, ¿Por qué es tan importante que los movimientos respondan a una exigencia de forma tan profunda? Si lo que producimos y necesitamos para disfrutar no requiere de nada más allá de los límites del abrazo ¿Por qué habríamos de cuidar tanto la imagen, como si fuera importante quien la observase?
Es tan difícil realizar un movimiento estéticamente precioso, como explicar para qué sirve, realmente.
Para no caer en incoherencias, e intentando buscar una explicación a lo que hacemos, a ese afán por moverse con la misma soltura e idealización de nuestros sueños, me he tomado el atrevimiento de pensar que los bailarines somos creadores espontáneos de arte. Nuestro lienzo es la pista y nuestras piernas los pinceles. Nuestros movimientos no quedan grabados para siempre ni son exhibidos en ninguna galería, pero permanecen en la retina de los que les gusta observar la estética asociada a un ritmo ¿Acaso no deja el cantante con su voz y el músico con su instrumento, notas suspendidas, instantes de emoción? Si lo que creas es digno de verse, estás moldeando un presente, haces importante el instante. Honras el baile y honras la música. Cuando creas algo bonito, bailas para ti y para el resto del mundo.
El bailarín y bailarina interpretan lo que escuchan y dibujan en el suelo lo que piensan puede ser lo mejor. Ambos con la misma responsabilidad de hacer una cadena de movimientos provista de fluidez y belleza a nivel individual y de pareja. La idea es crear, por un segundo, algo digno de verse. Por esa razón vamos a clase e insistimos en la técnica, intentamos forjar un estilo, y que el resultado sea la representación mental de nuestro cuerpo, lo que hemos idealizado. No neguemos que a todos nos gustaría que las figuras que improvisemos sean dignas de enmarcarse, que nuestros cuerpos parezcan esculpidos, diseñados.
Quien ama el baile, trasciende de su satisfacción personal, fruto de las sensaciones intrínsecas, para regalarse a las miradas. Por eso, es una misión ineludible el intentar buscar la belleza en el movimiento. Y se puede utilizar desde el amor propio por hacer las cosas bien, hasta el placer de acompañar una música intentando estar a la altura de la misma como motivación para, cada día, refinar la línea, la torsión y el detalle caprichoso que imprimimos en cada paso.
En otro texto he mencionado lo siguiente con respecto a si debemos hacer figuras o no cuando bailamos, y por qué las hacemos: “Algunas personas tienen la costumbre de leer libros para tener un léxico más completo e interesante, haciendo la conversación más agradable y amena. Las figuras cumplen la misma función al introducirlas en ese diálogo corporal que es el Tango bailado, encontrando una verdadera satisfacción al entenderse a través del movimiento.
Desde otro punto de vista, así como se le colocan alerones inútiles a los automóviles y puntillas a los manteles, así como tenemos la costumbre de vestirnos de la mejor manera posible y utilizamos complementos a la moda aunque nos acepten vayamos como vayamos, los bailarines adornamos muestro andar con movimientos dignos de ver, hacer y disfrutar. Las figuras bien ejecutadas son estéticamente bonitas por sí solas.”
Entiendo a los profesores que focalizan sus objetivos en que el alumno perciba toda esa carga de emociones que se desprende del abrazo. Comparto completamente esa perspectiva. Pero quiero más. El mero hecho de coordinar y sentirse acoplado a la pareja no es suficiente. Quiero que hablen con ese abrazo, que se tensen como una cuerda, que acentúen los pasos cuando sea necesario, en un todo digno de mirar y admirar. Por eso seguiré insistiendo en la búsqueda de la belleza en cada movimiento. Hasta que, desde un rincón, escondido, no pueda dejar de mirarles.
Quiere tu baile, cuídalo. Memoriza lo que quieras hacer, para no tener que pensar en lo que tienes que hacer. Piensa en lo que dibujas, cierra el círculo, hazte dueño de esa nota, persíguela. Y cuando controles el movimiento, libera las tensiones para que el cuerpo adquiera la fisonomía de la libertad bien entendida en el baile de pareja. Notarás que los tiempos no existen y que todo se vuelve relativo. Se verá distinto, técnicamente impuro. No hay problema. No hay nada más bonito que la imperfección, luego de haber querido buscar afanosamente la perfección. El camino hasta entenderlo se hace largo, a veces. Pero es tan gratificante cuando se llega, que vale la pena intentarlo.

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