LAS EDADES DEL TANGO

(No correlacionada con la edad real de las personas)

Comenzamos, infantiles, teniendo poca idea, o ninguna, y acatando los dictámenes de nuestros profesores como si de leyes divinas se tratase. Cruzamos donde nos dicen, nos abrazamos y marcamos tal cual nos lo enseñan. Si nos dicen que nos tiremos de un puente, lo hacemos. Somos fieles y defendemos sus ideas aunque carezcan de lógica. Nos tienen encandilados y nos llevan de la mano a las primeras milongas. Seguimos sus consejos, compramos los zapatos que nos recomiendan y escuchamos atentamente los códigos de la milonga. Generalmente nos portamos bien. Y cuando pensamos que cometemos un error, nos sonrojamos pensando en que todo el mundo nos está mirando, delirio persecutorio que nos acompaña durante un buen tiempo. El primer día en la milonga nos quedamos sentados, y cuando salimos a bailar la primera vez, nos puede llegar a caer la gota de sudor aunque estemos en pleno invierno. Todo es nuevo. Y todo nos llena de ilusión. Desde el primer par de zapatos de tango que estrenamos hasta el primer viaje que hacemos con el grupo de clase.

Pasamos por una etapa de pubertad y adolescencia, donde nos volvemos un poco contestatarios. Devoramos todo material tanguero y comenzamos a replicar las teorías. A preguntarnos el porqué de todo lo que hacemos. Nos independizamos de nuestros profesores de siempre para buscar nuevos horizontes y nuevos retos. Un viaje a un congreso, una exhibición furtiva, una clase que damos. Creemos que sabemos mucho y en realidad sabemos poco. La inocencia y el desconocimiento nos permiten hacer de todo.
Adquirimos figuras novedosas y movimientos fuertes y acrobáticos. Nos hacemos una idea propia del tango. Incluso, nos apropiamos un poco de él. Lo hacemos un poco a nuestra medida. Vamos a todas las milongas habidas y por haber, y bailamos con todos/as.
Se vive el tango un poco deprisa, y tejemos algunas historias con gente de la milonga. Es una etapa que deja muchos recuerdos

Llegamos luego a una etapa de madurez y de conciencia, donde reflexionamos y nos damos cuenta de que en realidad sabemos poco, aunque tengamos mucho andado y aprendido. Nos volvemos más responsables y cuidadosos con la postura, la elegancia, el hacer sentir bien a la pareja. Hemos hecho nuestra selección natural de figuras y disfrutamos más con ellas. Nos detenemos a apreciar momentos específicos de la música y buscamos recursos acordes con la intensidad justa. Nos parece superficial la búsqueda constante de movimientos estrambóticos. Queremos tener la sensación de que somos correspondidos en nuestro baile, que la imaginación se pone en marcha para sorprender a la pareja, que somos auténticos y originales.
El paso avanza a medida que la pierna y nos deslizamos casi sin levantar la punta del zapato. Ya no se sufre buscando la forma justa del abrazo porque nos acomodamos con más rapidez a las parejas con las que bailamos. Así también, detectamos enseguida quién sabe apilarse y quién no. No se tiene tanta paciencia como al principio y se elige con quien bailar. Se aprende a decir que no y a buscar bailar con quien se siente uno más cómodo/a.
Conocemos mejor la música, y captamos los matices. El cuerpo, inteligente, interpreta los altibajos, los tiempos fuertes y los silencios.

Todo para llegar a una etapa donde la sencillez cobra muchísimo sentido. La complicidad con la pareja, el andar pausado. No nos importa demasiado el qué dirán. Nos gustan los silencios. No comprendemos a los adolescentes, que quieren aprender figuras de la forma más rápida posible. Nos importa más el caminar hacia adelante y lograr la verdadera conexión antes que una figura. Ajenos a los que nos rodea, nos encapsulamos en el abrazo y escuchamos la música. Andamos confiados, como peces en el agua. La milonga se convirtió en nuestro hábitat natural. Y nuestra seguridad, se pone de manifiesto en la firmeza en la pista, sin darnos cuenta: en el pisar, en la entereza, en la inteligencia en la búsqueda y utilización del espacio.
Hemos acomodado el cuerpo y los músculos no van a moverse más que lo estrictamente necesario. La técnica se ha instalado y ha venido para quedarse.
Sin darnos cuenta, el camino a la milonga se podría hacer con los ojos cerrados. La bolsita con los zapatos de tango nos esperan colgados en el armario, o en el maletero del coche, sabiendo que no vas a faltar a la cita semanal.
Andamos tanto camino para llegar al principio. Comenzamos la primer clase caminando hacia adelante con la compañera, y terminamos encontrando el sentido de todo esto, después de tantas figuras y desplazamientos, en la misma idea.