No es aprender, sino cómo aprender.

Vi un post en FB muy interesante y no pude evitar hacer una comparación con lo que sucede en el tango. Decía: “un niño deja de serlo cuando ve un charco como un obstáculo en vez de una oportunidad para jugar”.

Al ver las tensiones, los nervios o el estrés con el que los alumnos se enfrentan ante un nuevo conocimiento en las clases, me da para pensar que no tienen nada de niños en esas circunstancias. Aprender una nueva figura, adoptar una nueva dinámica, o intentar asimilar las líneas de un estilo, requiere de paciencia, práctica y dedicación como en toda disciplina. Pero la actitud con la que enfrentemos ese nuevo reto (cómo lo miremos) será determinante para hacer la tarea más fácil, llevadera, o todo lo contrario.

Una figura, en el tango, se puede aprender rápidamente, pero se tardarán varias semanas en asimilarse por más virtuoso que sea el bailarín/a. Pero más allá de esta verdad, me preocupa que un contenido que deseo enseñar se vea más como un obstáculo que como una oportunidad más para jugar. Tal vez tengamos que ser siempre niños para disfrutar de estas nuevas posibilidades.

Es habitual notar en los alumnos una dosis de estrés ante una nueva propuesta. Y al no poder enlazar los movimientos con exactitud, se cargan de nerviosismo y hasta de frustración aunque hayan pasado sólo unos minutos de la explicación. Cuando se desea aprender algo, se tiene el reflejo de abarcar la totalidad de lo nuevo que aparece ante nuestros ojos en el menor tiempo posible. Queremos ser productivos hasta en nuestros tiempos de ocio.

Cuando sabemos algo, luego se amplía el espectro con un nuevo contenido, y nos da la sensación de que nunca acaba y que no vamos a ver el final, que nunca terminaremos de aprender. Cuanto antes asumamos que esto es así, que como en toda disciplina nunca dejas de aprender porque siempre surgirán cosas nuevas, antes nos podremos centrar en aplicar lo que vemos en cada clase como una oportunidad y un recurso más para jugar, y no como un obstáculo para alcanzar unos objetivos.
 

Consejo

Invito a las mujeres que acuden a la milonga a que, cuando un hombre les aprieta demasiado con el brazo y mano derecha, les soliciten que no les estrujen la espalda. A que, cuando quieran explicarles un paso o como se baila, les digan que las clases se dan en la escuela y no en la milonga, que no hay que ser pesado y que sigan bailando. A que, cuando les traiga hacia sí, apretando excesivamente vuestro torso, de modo que no puedan respirar o apoyar los pies en el suelo bajo la excusa de que “así se baila el tango, pegaditos”, les soliciten aflojar y que “corra el aire”, si no desean sentirse que son llevadas en volandas.
Ahora bien, si piensan que ante estas situaciones es mejor que no actuéis porque serán tildadas de “tiquismiquis”, exigentes o cualquier otro rótulo y que por esa razón nadie más las sacará a bailar, les aconsejo lo siguiente: es mejor bailar poco, pero bien, con hombres que respeten vuestro tiempo, eje, y situación. Vuestro cuerpo y disposición de pasar un buen rato.
Y por otro lado les advierto que existe un modo (que no es ningún secreto) para tener éxito cuando vas a la milonga: tomar clases. Grupales, particulares, de técnica, etc. Y cuando acrecientes tu nivel, verás que no pararás de bailar. No van a dejar que te sientes. Porque no es solo “dejarse llevar”. Es necesario pasar por el momento en el que sabes y eres consciente de lo que haces, para luego hacerlo de forma natural, sin pensar. Y el que te saque a bailar, lo hará con respeto, porque tú bailarás con autoridad, por lo que te ha costado conseguir tu nivel.

Cómo y cuándo me hicieron ver que no sabía bailar.


A mediados de los ’90 se había anunciado en el puerto de mi ciudad, Bahía Blanca, un campeonato local de Tango Salón para aficionados. Aunque ya me creía experimentado, casi como un profesional, me apunté con todo el entusiasmo, con mi pareja de baile, convencidos de que íbamos a hacer un buen papel.
El torneo era al mediodía. Nos habíamos cambiado dos horas antes, debido a la ansiedad. La corbata apretaba y circulábamos con cuidado para no mancharnos la ropa por los alrededores del puerto. Se ofrecía marisco y vino tinto a los participantes. Como no me gusta el marisco, dos vasos de rebosantes de tinto entraron en mi estomago vacío.
Tambaleante pero eufórico, me preparé para la competición. Teníamos el número de participante colgando de un alfiler en el traje, y daba la sensación de una muestra de ganado en una exposición rural. Ridículo, pero intenté concentrarme en todos los pasos que conocía para reproducirlos en cuanto la música sonara.
Será por el vino, por la gente que estaba mirando, o por los nervios, pero realicé cada una de las figuras que conocía de forma acrobática, rápida y continuada. Con un gran bagaje de movimientos, me pavoneé por toda la pista, acentuando aún más la intensidad cuando pasaba por delante de los jueces. No sé si existe una filmación de esa competición, pero me gustaría tener acceso a ella para divertirme un rato, viendo de qué manera pretendía ganar saltando y girando de un sitio para otro.
Pasaron los tres temas de la primera ronda y esperábamos con atención el dictamen del jurado que anunciaba las parejas que seguirían compitiendo. Creo recordar que fui el primero al que eliminaron. Suponiendo que había una equivocación, me acerqué a la mesa y les sugerí que miraran bien, por si se habían confundido. No, en efecto, estaba fuera, y muy lejos.
Furioso y avergonzado, me tomé dos vasos más de vino, guardé el traje con cariño y me fui despotricando por el jurado, que a mi entender no tenía ni la más mínima idea acerca de lo que es el tango bien bailado. Me costó bastante encontrar la salida. El vino es traicionero cuando quiere.
A la noche, decidí acudir a la cena milonga post-campeonato, intentando ocultar el dolor de haber sido eliminado tan prontamente, sacando pecho y simulando que lo sucedido me importaba muy poco. En una de las mesas estaba sentado uno de los profesores que conformaban el jurado. Me acerqué a saludar con una sonrisa falsa (No me salía otra debido a mi estado de ánimo). El hombre me había leído apenas entrar por la puerta, y al estrechar mi mano no tardó en decir lo que pensaba:
-No se ofenda, Guillermo, pero es que Ud. no estaba bailando. Estaba haciendo figura tras figura sin sentido. Si le hubiese puesto una salsa en vez de un tango no se habría dado cuenta. El tango es otra cosa, al menos el Tango Salón. Ud. no hizo nada para pasar a la segunda ronda. Hizo todo lo contrario. Yo le aconsejo que comience a aprender a caminar nuevamente.
Soy pensante. Lento, pero pensante. Y si bien esa noche no bailé ningún tango porque la verdad estaba recorriendo mi cuerpo, buscando desesperadamente mi cerebro, baile millones de tangos después, hasta hoy. Pero con sentido. Escuchando, disfrutando, realmente. Comencé desde cero con profesores de tango salón, que me enseñaron lo que era el tiempo, la cadencia, el paso, el abrazo, el respeto y la orientación espacial dentro de la milonga.
Doy gracias a los que me abrieron los ojos y despertaron los sentidos. A los que, sencillamente, me marcaron el norte en el tango. Y si hoy en día, como profe, lo que enseño en algunas ocasiones parece algo inapropiado e inútil, créanme, es el camino más corto. No quiero abrirle los ojos a nadie. Deseo que no los cierren.

Porque enseño figuras e insisto en que las hagan bien


En esta temporada, como en las anteriores, he insistido fervientemente en mejorar la calidad del baile, en la utilización del cuerpo como instrumento, en la refinación del movimiento. En la atención, cuidado y mimo de las acciones que intervienen en una figura. En cada una de las partes del cuerpo que actúan en ella para crear un todo estético. He impedido que se conformen sólo con idea de sentirse cómodos y coordinados, tratando de conseguir, además, un efecto visual atractivo.
Ahora bien, si el hecho de bailar bien, a nivel individual y en pareja, corresponde a una sensación interna que atañe solamente a los que la producen, ¿Por qué es tan importante que los movimientos respondan a una exigencia de forma tan profunda? Si lo que producimos y necesitamos para disfrutar no requiere de nada más allá de los límites del abrazo ¿Por qué habríamos de cuidar tanto la imagen, como si fuera importante quien la observase?
Es tan difícil realizar un movimiento estéticamente precioso, como explicar para qué sirve, realmente.
Para no caer en incoherencias, e intentando buscar una explicación a lo que hacemos, a ese afán por moverse con la misma soltura e idealización de nuestros sueños, me he tomado el atrevimiento de pensar que los bailarines somos creadores espontáneos de arte. Nuestro lienzo es la pista y nuestras piernas los pinceles. Nuestros movimientos no quedan grabados para siempre ni son exhibidos en ninguna galería, pero permanecen en la retina de los que les gusta observar la estética asociada a un ritmo ¿Acaso no deja el cantante con su voz y el músico con su instrumento, notas suspendidas, instantes de emoción? Si lo que creas es digno de verse, estás moldeando un presente, haces importante el instante. Honras el baile y honras la música. Cuando creas algo bonito, bailas para ti y para el resto del mundo.
El bailarín y bailarina interpretan lo que escuchan y dibujan en el suelo lo que piensan puede ser lo mejor. Ambos con la misma responsabilidad de hacer una cadena de movimientos provista de fluidez y belleza a nivel individual y de pareja. La idea es crear, por un segundo, algo digno de verse. Por esa razón vamos a clase e insistimos en la técnica, intentamos forjar un estilo, y que el resultado sea la representación mental de nuestro cuerpo, lo que hemos idealizado. No neguemos que a todos nos gustaría que las figuras que improvisemos sean dignas de enmarcarse, que nuestros cuerpos parezcan esculpidos, diseñados.
Quien ama el baile, trasciende de su satisfacción personal, fruto de las sensaciones intrínsecas, para regalarse a las miradas. Por eso, es una misión ineludible el intentar buscar la belleza en el movimiento. Y se puede utilizar desde el amor propio por hacer las cosas bien, hasta el placer de acompañar una música intentando estar a la altura de la misma como motivación para, cada día, refinar la línea, la torsión y el detalle caprichoso que imprimimos en cada paso.
En otro texto he mencionado lo siguiente con respecto a si debemos hacer figuras o no cuando bailamos, y por qué las hacemos: “Algunas personas tienen la costumbre de leer libros para tener un léxico más completo e interesante, haciendo la conversación más agradable y amena. Las figuras cumplen la misma función al introducirlas en ese diálogo corporal que es el Tango bailado, encontrando una verdadera satisfacción al entenderse a través del movimiento.
Desde otro punto de vista, así como se le colocan alerones inútiles a los automóviles y puntillas a los manteles, así como tenemos la costumbre de vestirnos de la mejor manera posible y utilizamos complementos a la moda aunque nos acepten vayamos como vayamos, los bailarines adornamos muestro andar con movimientos dignos de ver, hacer y disfrutar. Las figuras bien ejecutadas son estéticamente bonitas por sí solas.”
Entiendo a los profesores que focalizan sus objetivos en que el alumno perciba toda esa carga de emociones que se desprende del abrazo. Comparto completamente esa perspectiva. Pero quiero más. El mero hecho de coordinar y sentirse acoplado a la pareja no es suficiente. Quiero que hablen con ese abrazo, que se tensen como una cuerda, que acentúen los pasos cuando sea necesario, en un todo digno de mirar y admirar. Por eso seguiré insistiendo en la búsqueda de la belleza en cada movimiento. Hasta que, desde un rincón, escondido, no pueda dejar de mirarles.
Quiere tu baile, cuídalo. Memoriza lo que quieras hacer, para no tener que pensar en lo que tienes que hacer. Piensa en lo que dibujas, cierra el círculo, hazte dueño de esa nota, persíguela. Y cuando controles el movimiento, libera las tensiones para que el cuerpo adquiera la fisonomía de la libertad bien entendida en el baile de pareja. Notarás que los tiempos no existen y que todo se vuelve relativo. Se verá distinto, técnicamente impuro. No hay problema. No hay nada más bonito que la imperfección, luego de haber querido buscar afanosamente la perfección. El camino hasta entenderlo se hace largo, a veces. Pero es tan gratificante cuando se llega, que vale la pena intentarlo.

Entendimiento

Resulta paradójico que a la hora de bailar tango les enseñe a conectar y entenderse a parejas que hace 40 años que están juntos. De verdad. Me cuentan, en los descansos, todo el tiempo que ha contado desde que se conocieron. Y yo los observo, con detenimiento, pero también con admiración. Yo les puedo explicar la técnica, el posicionamiento, las figuras. Y ellos me explican, sin la intención de hacerlo, que el entendimiento y la compensación en la pareja es posible.
Vienen cogidos del brazo, discuten a veces hasta hartarse, y luego se van juntitos, cogidos del brazo para casa. Lograr el entendimiento y la paciencia en la pareja después de 40 años entre noviazgo y matrimonio, es muchísimo más difícil que el tango. Está a años luz. El tango es complicado en su entendimiento y asimilación, pero no le hace ni sombra a lo que veo en cada una de las clases, cuando las parejas desfilan mostrándome su capacidad para lograr algo que al menos yo, no he podido conseguir. Yo les doy lecciones de tango. Ellos me dan lecciones de vida.