Al ver las tensiones, los
nervios o el estrés con el que los alumnos se enfrentan ante un nuevo
conocimiento en las clases, me da para pensar que no tienen nada de niños en
esas circunstancias. Aprender una nueva figura, adoptar una nueva dinámica, o
intentar asimilar las líneas de un estilo, requiere de paciencia, práctica y
dedicación como en toda disciplina. Pero la actitud con la que enfrentemos ese
nuevo reto (cómo lo miremos) será determinante para hacer la tarea más fácil,
llevadera, o todo lo contrario.
Una figura, en el tango,
se puede aprender rápidamente, pero se tardarán varias semanas en asimilarse
por más virtuoso que sea el bailarín/a. Pero más allá de esta verdad, me
preocupa que un contenido que deseo enseñar se vea más como un obstáculo que como
una oportunidad más para jugar. Tal vez tengamos que ser siempre niños para
disfrutar de estas nuevas posibilidades.
Es habitual notar en los
alumnos una dosis de estrés ante una nueva propuesta. Y al no poder enlazar los
movimientos con exactitud, se cargan de nerviosismo y hasta de frustración
aunque hayan pasado sólo unos minutos de la explicación. Cuando se desea
aprender algo, se tiene el reflejo de abarcar la totalidad de lo nuevo que
aparece ante nuestros ojos en el menor tiempo posible. Queremos ser productivos
hasta en nuestros tiempos de ocio.
Cuando sabemos algo, luego
se amplía el espectro con un nuevo contenido, y nos da la sensación de que
nunca acaba y que no vamos a ver el final, que nunca terminaremos de aprender.
Cuanto antes asumamos que esto es así, que como en toda disciplina nunca dejas
de aprender porque siempre surgirán cosas nuevas, antes nos podremos centrar en
aplicar lo que vemos en cada clase como una oportunidad y un recurso más para
jugar, y no como un obstáculo para alcanzar unos objetivos.
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